Monday 30 May 2016

X. Cardenal Stepinac - En el ocaso de su vida


CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos HumanosM. Landercy

INDICE

  • Prefacio
  • Introducción
  • Capítulo I: La patria del Cardenal Stepinac
  • Capítulo II: País natal
  • Capítulo III: Encuentro de la vocación
  • Capítulo IV: Coadjutor del Arzobispo de Zagreb
  • Capítulo V: Monseñor Stepinac, Arzobispo de Zagreb
  • Capítulo VI: En medio del caos de la Segunda Guerra Mundial
  • Capítulo VII: Monseñor Stepinac en la Yugoslavia de Tito
  • Capítulo VIII: Ante el tribunal comunista
  • Capítulo IX: Stepinac en la prisión y en detención
  • CAPITULO X: EN EL OCASO DE SU VIDA

    Su salud empeora.
    Según el testimonio de su médico personal de fecha 22 de mayo de 1958, el Cardenal Stepinac nunca había estado enfermo cuando era niño. Sólo algunos resfríos durante su período de escolaridad. Durante su permanencia en el ejército en 1918 tuvo una fuerte gripe. En el período estudiantil siempre estuvo en forma. Ordenado sacerdote, pasó una exhaustiva revisación realizada por dos médicos que le extendieron un certificado en el que constaba que tenía una excelente salud física y mental.
    Una vez nombrado Arzobispo Coadjutor, se temió por su vida a causa de la tuberculosis, pero afortunadamente no fue nada, sólo se trataba del sufrimiento moral debido a los acontecimientos.
    En 1937 tuvo un ataque de apendicitis, siendo operado de urgencia el 17 de agosto de 1938.
    Pero cuando llegó a Krasic, después de su detención en Lepoglava, el cura y las Hermanas percibieron su palidez y debilitamiento, aunque el Cardenal mismo aseguro que nunca había estado enfermo durante los cinco años que pasó detenido en Lepoglava.
    En enero de 1952 tuvo una otitis, tiempo después una bronquitis. Pero según el testimonio de su médico personal, a principios de octubre de 1952, estaba totalmente sano. Durante el verano de 1952 acostumbraba incluso, bañarse en el Kupcina, como lo hacía cuando era niño.
    A fines de octubre de 1952 se sintió más débil. El 13 de diciembre tuvo los primeros dolores en la pierna izquierda: se trataba de una trombosis. Se lo trató con penicilina, recomendándole que descansara cuanto le fuera posible, para impedir que la sangre coagulada en la pierna subiera al corazón, lo que hubiera sido fatal. Se decidió operarlo. El cirujano debía garantizar a los representantes del Gobierno que la operación sería un éxito.
    El doctor Reisner lo operó el 14 de diciembre en la habitación del Cardenal, a la que se había transportado todo el equipamiento necesario. Como paciente, Mons. Stepinac era muy obediente. Sólo lo entristecía el hecho de no poder celebrar Misa. Para Navidad el médico sacó los puntos y el Cardenal pudo continuar yendo regularmente a la iglesia, pero sin poder arrodillarse.
    Aunque, según los médicos su pierna estaba curada, nunca más recuperó su salud de antaño. En febrero de 1953 padeció una seria gripe acompañada de una tos continua. Los médicos le aconsejaron un cambio de aire, retirarse por ejemplo a la costa Adriática. Mons. Stepinac se negó, temía que el Gobierno no lo dejara luego regresar a Krasic, que lo separaran de sus fieles y que se persiguiera aún más al cura.
    Después de mediados de abril de 1953, el rostro del Cardenal se cubrió de manchas violáceas que inmediatamente se propagaron sobre las orejas y las manos. El análisis de sangre determinó que se trataba la enfermedad Morbus Vásquez, cuyo tratamiento es largo y complicado y exige la aplicación de rayos. Como no existían medios técnicos en Krasic, los médicos advirtieron al Gobierno de la absoluta necesidad de trasladar y atender al Cardenal en Zagreb. También se le prescribió un severo régimen.
    El Cardenal nunca se quejó. Sólo murmuró: "Al hombre que llega al final de su camino, el Señor le retira todo lo que es terrestre".
    Pronto se conoció en el extranjero el estado de salud del Cardenal. América sobre todo se interesó y compadeció su situación. Entre el 17 y el 25 de julio, Mons. Stepinac recibió 30 telegramas de diferentes Obispos americanos que le decían que oraban por él. Esto lo confortó y alentó.
    Pero su salud se degradaba. De 6.000.000, los glóbulos rojos habían subido a 8.200.000: enfermedad extraña y grave. Inquietos, los médicos propusieron que se llevara a cabo un tratamiento en Zagreb. El Gobierno estuvo de acuerdo, pero sólo si el Cardenal mismo lo pedía. Cuando se le informó, se negó rotundamente: "Aún cuando me muera, no les pediré nada".
    Los médicos propusieron entonces un tratamiento en Suiza. El Cardenal aceptó siempre y cuando se le garantizara la posibilidad de regresar a Krasic. Pero, ¿quién podría darle tal garantía? A pesar de todo, sus médicos querían persuadirlo de que partiera a curarse al extranjero. Pero él respondió tranquilamente: "Todo esta en manos de Dios". Si el Señor me necesita me dará salud, si no ¿para que pedir entonces curaciones costosas para nuestra Iglesia y nuestro pueblo?"
    En aquellos días recibió una carta de una dama francesa: "Desde que conocí su enfermedad, afirmaba, todos los días rezo en compañía de mi hijo, por usted y por su reestablecimiento".
    El Cardenal señaló: "He aquí lo que nos alienta: la oración de los fieles. Esta es la esencia de la Iglesia universal".
    De los Estados Unidos vinieron varios especialistas a verlo. Al mismo tiempo recibió un telegrama del escultor Mestrovic, quien le escribía desde Estados Unidos de Norteamérica:
    "Estoy feliz de que usted venga aquí a curarse, pues sólo aquí pueden curarlo. Hasta pronto".

    INDICEHOMECONTINUA

  • Capítulo XI: Ecos después de su muerte
  • Capítulo XII: Algunos testimonios
  • Epílogo
  • Anexos
  • Bibliografía

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